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No es un misterio que ciertas canciones pueden suponer una gran compañía en determinados momentos y provocarnos emociones de todo tipo. Hay momentos en los que una canción puede llegar en el momento adecuado, o puede que la emoción de ese instante nos haga percibirla con mayor intensidad. Sea por uno u otro motivo, lo cierto es que ese efecto no lo podemos negar.

La de hoy es una historia que se remonta a unos meses atrás, a la noche en que me llevaba el primer paquete con discos de mi colección de casa de mis padres, donde me crie, a mi casa actual.

Aquel día había estado lleno de emociones de todo tipo. Me había dedicado desde la mañana a recoger todo tipo de objetos guardados durante décadas en la que era mi habitación, recordando vivencias a través de trastos que por sí solos no tienen valor pero que presionan el botón de las emociones en cuanto los ves. Hay algo de extraño en ese momento en que empaquetas los recuerdos de más de media vida, parece que no hubiera pasado el tiempo pero al mismo tiempo te das cuenta de que esos instantes ya son solo recuerdos lejanos.

Con la emoción aún presente, llegó la hora de cargar el coche y volver a casa, al otro hogar. Era ya de noche y el camino, aunque relativamente corto, se me hacía uno de esos viajes en los que encender la radio para escuchar voces que opaquen pensamientos y nostalgias. Conversaciones nocturnas sobre cómo el clima se nos ha escapado de las manos, justo lo que no necesitaba para este camino.

En ese momento comienza a sonar Sunset, de Caroline Polachek. Hasta ese instante nunca la había escuchado y llegó justo cuando la necesitaba. Aquellas notas sonaban a hogar. Hacía mucho tiempo que no escuchaba una canción que se sintiera tan reconfortante, tan a calidez dentro de la tormenta. Como cuando alguien te abraza en pleno arrebato de melancolía.

Esa cálida sensación se mantuvo durante el resto del viaje, lo que me hizo recordar tantas otras que me reconfortaron en otras épocas de mi vida y que hoy quiero compartir.

You Gotta Be – Des’ree

Para mí, uno de los principales ‘happy places’ dentro de la vorágine de finales de los 90. Escuchar su voz, esa letra y esa música pausada pero contundente hacen sentir en paz a cualquier. Disfruta de tu ración de endorfinas.

The Party, Regina Spektor

Solo con las primeras líneas de canción ya es difícil no esbozar una sonrisa. Desde ese «You’re like a party somebody threw me, you taste like birthday, you look like New Years» hasta la trompeta vocal del final, cuesta escuchar un segundo de esta canción sin sentir un agradable cosquilleo por dentro. One more round of applause for you, Regina!

A Different Kind of Human, Aurora

Si el repertorio de Aurora ya está de por sí repleto de temas reconfortantes, no se puede pasar por alto esta joyita que cierra el álbum con su mismo nombre. Un cierre con forma de bucle que nos lleva a la eterna pregunta: ¿es el final realmente el fin o solo un nuevo comienzo?

Todo un himno para quien no encaja en un mundo gris que es cruel con quien no entra en el molde de lo preestablecido, un tema sobre lo que realmente sería trascender «a mejor vida». El tema que acompaña a casa (a ese hogar verdadero) al oyente.

Sunrise, Norah Jones

Lo siento, no podía evitarlo. Después de dedicar el post a Sunset, merecía estar aquí también su antítesis en cuanto a título, Sunrise (Norah Jones). Si lo difícil es que una canción cantada por Norah no sea reconfortante, esta tiene el poder de quedarse durante horas en la mente gracias a su «Hoo, ooh, ooh, ooh…» y durante todo ese tiempo te está alegrando el día.

Slow and Steady, Of Monsters and Men

Cómo una canción puede dar una ración de soledad tan grande y a la vez expresar tantas ganas de salir adelante. Este tema de Of Monsters And Men va desde lo más profundo hasta un «lento y constante» avance hacia la superación de esos males. Disfruta de tus 5 minutos de liberación a lo suavecito.

Y tú, ¿qué otras canciones reconfortantes añadirías a la lista?

Mi romance con la música viene desde bien temprano. Recuerdo a mi padre hablando con un comercial cuando yo apenas tendría 10–11 años y contarle cómo a la familia al completo lo que le gustaba era el teatro… pero que el niño estaba «nada más que con la música».

Y no mentía, mi infancia noventera transcurría entre los cassettes variopintos (había desde Blur a The Kelly Family, pasando por épocas de Camela) que mi hermana traía porque se los había copiado algún compañero del colegio, y las interminables horas pegado a la radio con el dedo puesto sobre el botón Record para grabar mis temas favoritos del momento.

Pero eran años en que el CD no dejaba de ganar terreno al cassette (el vinilo ya estaba en su tumba, esperando a su despertar en los 2010 cuan zombi) y en esa época llegó a casa un objeto oscuro de deseo del que aún no sé cómo me lograron despegar: el reproductor de CD. Había algo de mágico en aquellos discos que se escuchaban tan bien, tenían las canciones separadas en pistas independientes, esos libretos… Tanta magia, que aún sigo embrujado.

El efecto Jamiroquai

En ese momento una de las bandas que no dejaban de sonar en la radio era Jamiroquai. De cómo conseguí con 14 años colarme en un concierto suyo ya hablamos si acaso otro día, porque hoy estoy aquí para hablar de algo aún anterior, sobre cómo andaba de loco tras dos de sus joyitas: “Travelling without moving” y “Synkronized”.

Aquel niño a una radio pegada perdió la cabeza en tres actos:

  • El primero, cuando escuchó por primera vez en la radio Virtual Insanity.
  • El segundo, cuando vio en un canal pseudopirata de la MTV el videoclip de Virtual Insanity.
  • El tercero, cuando escuchó Cosmic Girl en un recopilatorio y se dio cuenta de que la banda de aquel hombrecillo de movimientos hipnóticos era mucho más que solo Virtual Insanity.

Por si fuese poco, la tienda a la que iban mis padres a hacer la compra semanal tenía un reproductor de prueba en la sección de música y, durante un tiempo allí estaba el CD de “Travelling without moving” para escuchar por los auriculares. Canción tras canción, al pequeño Víctor le parecía estar levitando.

El lanzamiento de «Synkronized»

Con el tiempo, aquellas canciones empezaron a no sonar en la radio hasta que un día, de nuevo en aquel canal de TV de dudosa procedencia, vuelve a aparecer Jay Kay, aquel señor que desafiaba a la gravedad con sus bailes, aquel sonido inconfundible y un “you know this boogie is for real…” que anunciaba que algo grande estaba por venir durante los minutos que durase aquel vídeo.

Algo totalmente nuevo, «Canned Heat» junto con «Deeper Underground» (quizá lo mejor de la película Godzilla de 1998) eran el punto de entrada del nuevo álbum «Synkronized», que aunque quizá no tenía temas tan icónicos como los del anterior seguía sonando a gloria. Poco más de ese disco llegó a escucharse en las radios que solía sintonizar, salvo alguna que otra vez «Supersonic», «Soul Education» y «Black Capricorn Day».

El precio de los CDs en la época, sumado al hecho de que solo era un niño, y no conocer a nadie que compartiese los mismos gustos musicales complicó poder darle las horas y horas de escuchas que, como a «Travelling without moving», bien quería darle.

La era P2P y el streaming

Llegó la era de eMule y sus sucedáneos. Por supuesto, yo también sucumbí, como buen devorador de música entrada ya la adolescencia. Y con el P2P llegó la música aparentemente ilimitada, las descargas engañosas y tener un disco duro lleno de miles de canciones en escasa calidad, a menudo sin saber muy bien cuales ni darles la suficiente importancia. Unas se perdían, otras estaban localizadas, con un poco de orden conseguí escuchar ambos discos alguna que otra vez, como tantos otros discos. Con el disfrute a medio gas de tener el dedo de Zeus que a golpe de click reproduce cualquier canción imaginable.

El tiempo mantuvo a Jamiroquai entre mis gustos musicales, pese a ir éstos ampliándose cada año más. De los MP3 pasó a estar entre mis artistas más escuchados en Spotify y siempre con especial cariño por aquellos dos álbumes, además de «A Funk Oddyssey», que sí entró en mi colección en su momento.

Los imprescindibles en la colección

Cuando traje a mi casa los discos que tenía en la casa en que crecí, sabía que faltaba algo que en realidad nunca había estado allí. Y, cómo no, a la colección llegaron los dos discos que miraba con ojos deseosos desde la infancia. Es interesante la sensación cuando tienes en las manos un disco que te trae tantos recuerdos incluso sin haberlo tenido.

Cuando lo introduces en el reproductor se despiertan muchas emociones que te llevan a aquellos momentos, a esa radio que perdía la señal según por dónde te acercaras, a las tardes con mis padres y mi hermana y la banda sonora de tantos instantes de felicidad.