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Mi romance con la música viene desde bien temprano. Recuerdo a mi padre hablando con un comercial cuando yo apenas tendría 10–11 años y contarle cómo a la familia al completo lo que le gustaba era el teatro… pero que el niño estaba «nada más que con la música».

Y no mentía, mi infancia noventera transcurría entre los cassettes variopintos (había desde Blur a The Kelly Family, pasando por épocas de Camela) que mi hermana traía porque se los había copiado algún compañero del colegio, y las interminables horas pegado a la radio con el dedo puesto sobre el botón Record para grabar mis temas favoritos del momento.

Pero eran años en que el CD no dejaba de ganar terreno al cassette (el vinilo ya estaba en su tumba, esperando a su despertar en los 2010 cuan zombi) y en esa época llegó a casa un objeto oscuro de deseo del que aún no sé cómo me lograron despegar: el reproductor de CD. Había algo de mágico en aquellos discos que se escuchaban tan bien, tenían las canciones separadas en pistas independientes, esos libretos… Tanta magia, que aún sigo embrujado.

El efecto Jamiroquai

En ese momento una de las bandas que no dejaban de sonar en la radio era Jamiroquai. De cómo conseguí con 14 años colarme en un concierto suyo ya hablamos si acaso otro día, porque hoy estoy aquí para hablar de algo aún anterior, sobre cómo andaba de loco tras dos de sus joyitas: “Travelling without moving” y “Synkronized”.

Aquel niño a una radio pegada perdió la cabeza en tres actos:

  • El primero, cuando escuchó por primera vez en la radio Virtual Insanity.
  • El segundo, cuando vio en un canal pseudopirata de la MTV el videoclip de Virtual Insanity.
  • El tercero, cuando escuchó Cosmic Girl en un recopilatorio y se dio cuenta de que la banda de aquel hombrecillo de movimientos hipnóticos era mucho más que solo Virtual Insanity.

Por si fuese poco, la tienda a la que iban mis padres a hacer la compra semanal tenía un reproductor de prueba en la sección de música y, durante un tiempo allí estaba el CD de “Travelling without moving” para escuchar por los auriculares. Canción tras canción, al pequeño Víctor le parecía estar levitando.

El lanzamiento de «Synkronized»

Con el tiempo, aquellas canciones empezaron a no sonar en la radio hasta que un día, de nuevo en aquel canal de TV de dudosa procedencia, vuelve a aparecer Jay Kay, aquel señor que desafiaba a la gravedad con sus bailes, aquel sonido inconfundible y un “you know this boogie is for real…” que anunciaba que algo grande estaba por venir durante los minutos que durase aquel vídeo.

Algo totalmente nuevo, «Canned Heat» junto con «Deeper Underground» (quizá lo mejor de la película Godzilla de 1998) eran el punto de entrada del nuevo álbum «Synkronized», que aunque quizá no tenía temas tan icónicos como los del anterior seguía sonando a gloria. Poco más de ese disco llegó a escucharse en las radios que solía sintonizar, salvo alguna que otra vez «Supersonic», «Soul Education» y «Black Capricorn Day».

El precio de los CDs en la época, sumado al hecho de que solo era un niño, y no conocer a nadie que compartiese los mismos gustos musicales complicó poder darle las horas y horas de escuchas que, como a «Travelling without moving», bien quería darle.

La era P2P y el streaming

Llegó la era de eMule y sus sucedáneos. Por supuesto, yo también sucumbí, como buen devorador de música entrada ya la adolescencia. Y con el P2P llegó la música aparentemente ilimitada, las descargas engañosas y tener un disco duro lleno de miles de canciones en escasa calidad, a menudo sin saber muy bien cuales ni darles la suficiente importancia. Unas se perdían, otras estaban localizadas, con un poco de orden conseguí escuchar ambos discos alguna que otra vez, como tantos otros discos. Con el disfrute a medio gas de tener el dedo de Zeus que a golpe de click reproduce cualquier canción imaginable.

El tiempo mantuvo a Jamiroquai entre mis gustos musicales, pese a ir éstos ampliándose cada año más. De los MP3 pasó a estar entre mis artistas más escuchados en Spotify y siempre con especial cariño por aquellos dos álbumes, además de «A Funk Oddyssey», que sí entró en mi colección en su momento.

Los imprescindibles en la colección

Cuando traje a mi casa los discos que tenía en la casa en que crecí, sabía que faltaba algo que en realidad nunca había estado allí. Y, cómo no, a la colección llegaron los dos discos que miraba con ojos deseosos desde la infancia. Es interesante la sensación cuando tienes en las manos un disco que te trae tantos recuerdos incluso sin haberlo tenido.

Cuando lo introduces en el reproductor se despiertan muchas emociones que te llevan a aquellos momentos, a esa radio que perdía la señal según por dónde te acercaras, a las tardes con mis padres y mi hermana y la banda sonora de tantos instantes de felicidad.